Terminada la Pascua con la fiesta de Pentecostés te damos gracias.
Iniciamos este tiempo ordinario que tú nos regalas y con una memoria muy hermosa recordando a tu Santísima Madre como Madre nuestra, como madre de los creyentes. Nos das la alegría podernos acoger a ella para iniciar este tiempo como tiempo de gracia, de amor, de servicio y ella como como Madre de los creyentes, madre del amor, nos señala el camino más seguro para llegar a Ti. Alegres comenzamos a vivir esta semana que tú nos regalas. que tú estarás caminando a nuestro lado con la presencia de tu Espíritu. Ahora, Señor, emprendemos nuestras labores cotidianas y te pedimos que no nos sueltes de tu mano, que nos guíes, nos ilumines y nos fortalezcas para que podamos con toda clase de buenas obras, palabras y acciones cumplir la voluntad del Padre Celestial, que amemos a nuestros hermanos con sentimientos de corazón que le sirvamos con generosidad, pero ante todo que los llenemos de esperanza. Ayúdanos a ser humildes y sencillos en nuestra forma de vivir tu vida porque hoy nos dices en tu palabra, que pasaremos dificultades, que ahora estaremos tristes pero que luego reiremos; que ahora tendremos hambre, pero luego seremos saciados. Confiamos en ti, esperamos en ti y a ti te glorificamos. Que Nuestra Madre —como auxilio y protección— sea nuestra compañera de camino y nos guíe hacia Ti. Amén.
Una muy feliz, santa y esperanzadora semana y un muy feliz lunes, llenos de optimismo y alegría.
Oración
Madre María, me acojo a tu gloriosa intercesión, lleva mis súplicas ante tu Hijo Jesús que se goza en escuchar tu deliciosa y constante oración por nosotros. Te pido también que sigas siendo para mí el modelo hecho según el designio de mi Padre celestial. Amén.
MEDITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO
Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: «He ahí a tu madre». Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la «mujer» se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, y los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.
La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María. A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz; y la invocamos todos juntos: ¡Santa Madre de Dios! (Homilía de S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).