Gracias te damos en este nuevo amanecer, porque espiritualmente es especial, ya que nos regalas la gran promesa del Espíritu Santo.
Hoy sólo podemos decir: «Ven Dulce Huésped del alma. Inflama nuestros corazones con la llama de tu amor». Danos la gracia, Señor, de poder reflexionar inspirados por el mismo espíritu y pensar: ¿Quién no sueña en un día futuro en el que ya no tenga miedo de hacer las cosas proyectadas por tanto tiempo, simplemente porque le faltaba valor y fuerza para emprenderlas? ¿Quién no espera tener más entusiasmo para realizar con alegría las tareas de cada día, para arriesgarse a amar más profundamente al Padre Celestial y a los hermanos, sin condiciones ni vacilaciones? ¿Quién no desea estar mucho más inspirado y ser creativo en la vida?
Hoy es el día en que esto puede comenzar a suceder, porque hoy es Pentecostés, el día del Espíritu, el día en que el viento celestial huracanado renueva nuestro amor, el día en que el fuego divino nos trae alegría y libertad, el día del Espíritu Santo. Danos tu fortaleza, Señor, que aliente tu Espíritu sobre nosotros e inflame nuestros corazones con tu luz y con tu vida. Señor, infunde tu Espíritu sobre nosotros porque nos quiere impulsar a entendernos y acogernos, a apreciarnos y a apoyarnos mutuamente y que quiere unirnos en un mismo amor. Haz que ese amor sea inventivo y creador. Envía tu Espíritu sobre nosotros para que nos libere de todos los miedos que nos paralizan y para que nos mueva a servir con alegría a Ti y a nuestros hermanos.
Renuévanos en tu amor y que el Espíritu Santo mantenga nuestros corazones ardiendo siempre con Tu amor. “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.” Ilumínanos y bendícenos. Amén.
Ojalá leamos muy despacio la Secuencia después de la segunda lectura y logremos meditar sobre las grandezas del Espíritu y lo que hace en cada uno de nosotros. Abrazos y bendiciones abundantes y un muy feliz y santificado Domingo.
Meditación del Papa
Finalmente, el Evangelio de hoy nos entrega esta bellísima expresión: "Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor". Estas palabras son profundamente humanas. El Amigo perdido está presente de nuevo, y quien antes estaba turbado se alegra. Pero dicen mucho más. Porque el Amigo perdido no viene de un lugar cualquiera, sino de la noche de la muerte; ¡y la ha atravesado! No es uno cualquiera, sino que es el Amigo y al mismo tiempo Aquel que es la Verdad y que hace vivir a los hombres; y lo que da no es una alegría cualquiera, sino la propia alegría, don del Espíritu Santo. Sí, es hermoso vivir porque soy amado, y es la Verdad la que me ama. Se alegraron los discípulos, viendo al Señor. Hoy, en Pentecostés, esta expresión está destinada también a nosotros, porque en la fe podemos verle; en la fe Él viene entre nosotros, y también a nosotros nos enseña las manos y el costado, y nosotros nos alegramos. Por ello queremos rezar: ¡Señor, muéstrate! Haznos el don de tu presencia y tendremos el don más bello, tu alegría. Amén. (Benedicto XVI, 12 de junio de 2011).