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12-jun.-2025, jueves de la 10.ª semana del T. O.

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Nace un nuevo día. Vemos la claridad con la que se va elevando el sol y anuncia un día para vivirlo, para experimentarlo y servirlo a los demás. Gracias, Señor, por darnos la ocasión y habernos levantado de nuestras camas para ir a afrontar nuestras labores cotidianas; un día muy especial, un jueves lleno de amor en el que celebramos a nuestro salvador como Sumo y Eterno Sacerdote.

Ahora nos regalas tu palabra, dirigida en este día al Padre celestial, pidiendo por cada uno de nosotros. Oras no sólo por tus discípulos, sino también por todos aquellos que, por la predicación de la palabra lleguen a creer; oras por toda la comunidad cristiana presente y futura; oras por tu Iglesia y lo que pides es que seamos uno.

En la Tradición, esta oración ha sido llamada por la oración sacerdotal. En ella te descubrimos como el Sumo Sacerdote, no al modo de los sacerdotes del Antiguo Testamento —que realizaban su función de forma repetida y a través de ofrendas y sacrificios—, sino que eres a la vez el sacerdote y la víctima. Tu sacerdocio es la entrega de tu propia vida, una vez y para siempre, como nos dirá la carta a los Hebreos. Por eso quien ora por nosotros es Aquel que, a través de la entrega en la cruz, por amor a cada uno de nosotros, ha alcanzado la Gloria, que es la plenitud del Amor; un amor que ha vencido el mal y la muerte, que nos comunica y nos transmite la Vida —que significa vivir en comunión contigo, “ser uno…”—.

Vivir la comunión contigo significa acoger tu envío a realizar tu misión en medio del mundo, de nuestros trabajos y quehaceres; a ser signos de unidad, de fraternidad y solidaridad en un mundo fragmentado y roto por la violencia y la indiferencia ante otras vidas humanas, especialmente ante las más vulnerables. Tú presentas esta unidad como la condición para que otros puedan creer. 

No hay otro signo más elocuente, más claro, que sea transparencia de Dios que la vivencia de la comunión, que es la esencia de la unidad.  Para esta misión contamos con la oración de Aquel que, en medio de nuestras decepciones, dificultades, miedos, se presentas en medio de nuestras vidas como el Resucitado y nos regala la fe, el amor y la esperanza que necesitamos para ser testigos de tu Presencia viva y vivificante. Gracias, Señor, Sumo y Eterno Sacerdote, que nos guías en el camino de la salvación y nos conduces a la Voluntad del Padre. Amén. 

Un muy feliz sacerdotal y vocacional jueves. Bendícenos, guárdanos y protégenos. 

Meditación del Papa Francisco

«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» Con estas palabras, san Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en Jesús: no sólo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que nos ha unido a él y nos ha hecho partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y su victoria es la nuestra.

[…] Con san Pablo, nos dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la victoria más grande de todas. “En efecto, ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

La victoria de los mártires, su testimonio del poder del amor de Dios, sigue dando frutos en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio.

[…] El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo.

Es significativo, ante todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos muestran el camino. (Homilía de S.S. Francisco, 16 de agosto de 2014)

Autor:
José Hernando Gómez Ojeda, pbro.