Alegre, bendecido y optimista día el que nos regalas hoy. Te damos gracias ante todo por el don de la vida en este día en que celebramos a tu apóstol san Bernabé.
Nos das un ejemplo y un testimonio muy hermoso cuando nos invitas a que vayamos a nuestros hermanos pero que lo hagamos ligeros de equipaje; que quitemos de nosotros todas esas cargas que nos impiden de verdad proclamar tu misericordia, tu amor y ante todo llevar tu bendición. Gracias, Señor, porque a través de lo que recibimos de tu apóstol nos ayudas también a comprender que debemos anunciarte no con bienes materiales, sino con la mayor riqueza que llevamos, porque te llevamos en el corazón. En esta fiesta de san Bernabé te pedimos que, como misioneros de tu palabra, seamos hombres y mujeres de profunda fe, llenos de tu Espíritu Santo; que prediquemos palabras de vida y alegría, como anuncio de la Buena Noticia de salvación.
Danos fortaleza para llevar consuelo a nuestros hermanos enfermos y resucitar a quienes permanecen muertos en vida, quizás por la tristeza y la soledad.
Que ejerzamos nuestra misión generosamente, gratis, ya que todo lo hemos recibido de ti. Danos la gracia de anunciar en alegría y felicidad tu reino de amor y de paz. Bendícenos y envíanos. Amén.
Muy feliz y santificado miércoles.
LAS PALABRAS DE LOS PAPAS
El estilo de Jesús es inconfundible: es el estilo característico de Dios, que suele realizar las cosas más grandes de modo pobre y humilde. (…) El pacto del Sinaí estuvo acompañado de señales cósmicas que aterraban a los israelitas; en cambio, los inicios de la Iglesia en Galilea carecen de esas manifestaciones, reflejan la mansedumbre y la compasión del corazón de Cristo, pero anuncian otra lucha, otra convulsión, la que suscitan las potencias del mal. a los Doce «les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia» (Mt 10, 1). Los Doce deberán cooperar con Jesús en la instauración del reino de Dios, es decir, en su señorío benéfico, portador de vida, y de vida en abundancia, para la humanidad entera. En definitiva, la Iglesia, como Cristo y juntamente con él, está llamada y ha sido enviada a instaurar el Reino de vida y a destruir el dominio de la muerte, para que triunfe en el mundo la vida de Dios, para que triunfe Dios, que es Amor. Esta obra de Cristo siempre es silenciosa; no es espectacular. Precisamente en la humildad de ser Iglesia, de vivir cada día el Evangelio, crece el gran árbol de la vida verdadera. Con estos inicios humildes, el Señor nos anima para que, también en la humildad de la Iglesia de hoy, en la pobreza de nuestra vida cristiana, podamos ver su presencia y tener así la valentía de salir a su encuentro y de hacer presente en esta tierra su amor, que es una fuerza de paz y de vida verdadera. (Benedicto XVI – Visita pastoral a Brindisi, Homilía, 15 de junio de 2008)